Lo común es de todos menos del resto
Carolina Ávalos Valdivia
Universidad Austral
Pura literalidad. Obscenidad tal vez. Otra vez Mañalich. Pero ahora es el turno del dialogante, el reflexivo, Mañalich el sabio. En esta ocasión su discurso alcanza lo impensable del futuro, anula la memoria y propone la vieja audacia de llamar a intelectuales para que creen el mundo que está por venir. El celestito Lourdes de su chaleco lo delata. Dice lo que quiere decir sin desvíos. Como invocando al Jaime Guzmán del futuro, clama a los ideólogos blanqueados por la imagen de un filósofo sabio y criterioso que sabe qué hacer para construir un mundo mejor. Qué risa. Con suerte alguna vez los filósofos han podido escribir y leer con el cabro chico que les pide ayuda en las tareas o algo para la once, si es que se han hecho cargo de la criatura. El ministro filósofo habla frente al espejo, se pregunta a sí mismo por la sociedad del futuro y avizora lo necesario: una filosofía sin memoria, sin contexto, universal, neutral… Esa que detenta no solo al sujeto, sino al sujeto-hombre. ¡Qué gran patriarca Mañalich! Se está acabando el mundo, no sabemos cómo vamos a sobrevivir a esta pandemia, pero ¡lo nuevo está por venir y los filósofos lo saben! Y no me digan que no; no voy a nombrar una vez más a la tropa de colegas que, desesperados con tanta vida íntima, salieron a decir lo que viene. Aterrados de perder el espacio que ha ganado y conquistado su masculinidad en la vida pública. Y a un costado, haciendo preguntas y tomando notitas está el poeta que inspira, teloneado por una musiquita docta que le da la belleza merecida al encuentro; el académico que le hace la pega a las empresas en nombre de lo que es verdaderamente humano, el columnista que se dedica a la opinión y a la conversación a cualquier costo; el hombre que reproduce al hombre. El asunto es que la pandemia ha desestabilizado las certezas; las certezas de los filósofos, de los poetas, de los políticos y de los empresarios por supuesto, porque el resto está lejos de tener algo asegurado o garantizado en la vida.
Mientras… en Santiago las cifras de contagio suben y el hambre aumenta en las poblaciones. Por suerte la voluntad y el mérito de algunos mata dos pájaros de un tiro: no contagia y se disfruta de lo que tanto ha costado. Porque irse a la casa de la playa o del sur, o ir a comprar unas jaibitas para el fin de semana largo, no daña ni contagia a nadie, menos si se va en avioneta. No como ese inmoral que sale a trotar por el parque mientras otros, los responsables, los que tienen conciencia del bien común, invierten en una trotadora para soportar el confinamiento. ¡Lo común! Qué fácil que se escape su sentido cuando se le apropia como una abstracción. Lo común, lo comunitario, los comuneros… tanta identidad para una política de redes sociales que juega a la democracia por Zoom. No es nada nuevo, no hay nada nuevo en esta pandemia más que el virus. La política desplegada en Facebook, más que organizar y comunicar – y lejos de transformar – ha mostrado su lado epidémico: presas de la inmediatez de la imagen, las personalidades más arrojadas e incluso las organizaciones en su modo milenial, acumulan fuerzas políticas estériles, así como las que pudiera obtener la publicidad. Tras un relato virtual, las caritas progres y las poleras pop cuentan la vida que quisieran tener, pero eso sí, siempre con conciencia de clase y desde una crítica al sistema. Así, sostenidas en un discurso político-virtual aseguran un contacto con la realidad definiéndose como únicas representantes del margen. Pero, ¿¡cómo!? ¿Lo común como una certeza? ¿Una certeza así como la de Mañalich, la de los académicos, de los empresarios? Ya, ¡me aburrí! Voy a definir y suscribir lo común, hacer un perfil de Facebook, un par de contactos, unos conversatorios, un nombre para la organización y, ¡ya! Tengo mi certeza, la misma del poeta.
Lo político en las redes sociales opera como la política chilena a pesar que la quiera transformar: lo común se ha vuelto política del centro y, nuevamente, ha invisibilizado al pueblo. Los likes y la aparición en medios han montado una realidad que excluye a los que realmente están haciendo organización política. El “si no estas en medios no existes” es la voz capitalina de la organización que se cuelga de alguna olla común mientras las vecinas organizan el décimo almuerzo de la cuarentena. No hay nada nuevo en esta pandemia: el centro se apropia del margen y las redes sociales junto a los medios se someten al neoliberalismo desde lo más burdo: la imagen, la representación y el individualismo.
¿Cómo no reproducir esta lógica colonizadora y neutralizadora de las diferencias? ¿Cómo organizar sin representar lo que no se puede? Partamos por recuperar el tiempo. También por callar porque el decir consume el tiempo, el escuchar solo lo extiende porque está todo por venir.