Anuncio del caos cósmico. A propósito de la Gran bifurcación
…desde el Plateau de Millevaches
“Los historiadores consideran gustosamente el siglo XX comienza en 1914. Sin duda explicaran mañana que el siglo XXI comenzó el 2020, con la entrada en escena del SARS-CoV-2” escribe Jérôme Baschet. La necesidad de declarar el acontecimiento hace correr tinta y bytes. Conocemos bien los vicios de quienes hacen del embalaje del tiempo una forma de vida. Sin embargo, los signos de esta época de transición no esperaron al Covid-19 para hacernos comprender que las cosas nunca cambian. Los focos de la revuelta se propagaron por todas partes el año pasado, en el momento en que la catástrofe ecológica en curso remontaba la inquietud y la resistencia frente al modelo productivo y su modo de vida. El tiempo del fin no comienza el 2020, pero lo que vivimos en estas semanas precipita sin duda las palabras y las tomas de partido.
Lo que se ve interpelado, invocado, esperado, en adelante por todas partes, y que sería del orden de un vuelco político, se impone. A algunos de este lado del mundo, sin embargo, nos toca observar atentamente lo que, a ojos de numerosos comentaristas, se levanta como una línea de división inevitable. Se ha oído hablar de bifurcación, y de la fórmula que la hace legible: “la economía o la vida”. Los casos ya utilizados por una inflexión de izquierda -”la economía o la salud” (que D. Fassin intenta superar comprendiendo, como sus destinatarios, la vida como sobrevivencia)-, nos muestran hasta qué punto esta “Gran bifurcación” podría transformarse en el cuadro de evidencias compartidas por una nueva izquierda, punto de encuentro obligado de quienes comparten cierto número de evidencias sobre cómo vivir y luchar en nuestros tiempos.
Da la gran elección nace también el conjunto de identidades y de moralidades militantes que vendrán. La vieja máquina de masificación está en marcha, permaneciendo aún en la inyunción fantasmática de bloques de transformación inoperante. No olvidamos que, aparte de quienes querían anular el Año Cero en el Plateau de Millevaches, organizado por la asociación La Bascule, estaban los otros, que veían la posibilidad de entrar en contacto con una masa de estudiantes entusiastas de Sciences Po, que en cierto modo estarían del lado correcto, es decir, del lado de la vida. Así, un sentimiento de época es obstaculizado por las redes de la ecología transicional. Este no-acontecimiento tiene el aire de renacimiento, permanece como una potente imagen de un proto-catolicismo a conjurar siempre.
Los medios se apresuran también en coronar este momento con un aura de efectos positivos. Al momento en que la exigencia de trabajo ordenada por el capitalismo se muestra como una exigencia de trabajo subjetiva, donde cada uno debería, por sus lecturas y su jogging cotidiano, no ceder al pánico o la inmoralidad —lo que Bocaccio cuenta de las reacciones colectivas durante la peste negra de 1348, era efectivamente la alternativa entre el abandono de todos los bienes y próximos, o bien el desenfreno y la disolución de las costumbres – todas estas cosas que cerramos hoy bajo la cubierta de remontar la moral de las poblaciones y asegurar la ‘movilización’ escolar, económica, sanitaria y moral (“¡aprende idiomas!¡nuevas recetas!¡sean so-li-darios!” declaman las radios nacionales)—, no ha sido jamás tan patente que la economía psíquica que se nos propone es la asunción de la existencia de esta contradicción subjetiva economía-vida según una lógica de double bind.
En frente, lo que proponen algunos artículos de “vocación” política -lo que propone Latour por ejemplo- con una intención aparentemente inversa pero según una misma fe en un vuelco y una participación activa de las poblaciones, es precisamente la superación de la contradicción subjetiva en una elección que sería la justa —la de la oposición al sistema neoliberal. Nos transformaríamos de esta manera, a través de nuestros gestos y nuestras reflexivas elecciones de consumo, de un extremo al otro, en “interruptores de globalización” (dice Latour). Y France Inter no dice otra cosa cuando divide a la población entre quienes van a “tomar conciencia” que la alimentación cotidiana puede ser fuente de fuerza y así “cambiar sus hábitos”, y quienes (ciertamente muy pobres para comprenderlo) seguirá lamentablemente “sordos” frente a estas nuevas responsabilidades que se nos imponen a todos para el después.
Es evidente, más allá del enclave memorial que ocurrirá luego del “paréntesis Covid-19”[1] -(donde se podrá borrar muy rápidamente estas preguntas: ¿qué se hará con los muertos no contados? ¿con las cifras demenciales que saldrán de los CRA, de los campos de refugiados, de las prisiones, de los hospitales psiquiátricos, de los EPHAD?)-, es claro que hay ya un juego profético en estas semanas de confinamiento. A saber: determinar cuál será el escenario posible más probable —que no nos despojará de nuestra capacidad política en cuanto está más cerca de nuestros miedos elementales, pudiendo de este modo desencadenar una “decisión”. Entendámonos bien: la apuesta no es determinar lo que esta Gran bifurcación comporta de real o no en nuestro mundo -si existen realmente lugares donde se habría elegida la “vida” y no la economía- sino más bien recoger la política que numerosos artículos no paran de transmitir: lo importante de estas llamadas que se difunden en la prensa (amiga o no), es que proponen la posibilidad presente de convertirse. Hablar de esta coincidencia entre textos no quiere decir confundirlos. Se puede reconocer la fuerza performativa de la inyunción de elegir ahora entre la vida y la economía, sin embargo esta imagen del punto de cruce debería ser desplazada para no fundirse en el mar del nuevo campo sanitario —en el momento en donde lo que se juega debe construirse en otra forma del tiempo.
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¿Cómo acceder a esta nueva temporalidad? Lejos de creer que estamos frente a una alternativa que podría absolvernos y confirmarnos en nuestro buen derecho a ejercer la resistencia, debemos preguntarnos dónde están nuestras luchas hoy, en los rastros de la economía, y confinados lejos de los nuestros (o próximos, pero teniéndose a una distancia “razonable”…). ¿Cómo organizamos esta vida-de-fin-de-mundo? ¿Cómo inventamos maneras de contrarias lo que se perfila en el “Desconfinamiento”? Estamos cotidianamente llamados al mismo punto —punto de no retorno en adelante abierto. Ahora, no hay más saludo que la ocasión —como caída o precipitación. Ocasión entonces para ser por fin aquello para lo cual nos hemos preparado demasiado —cuando en verdad no nos preparábamos. Esclavos como no-esclavos. Libres como no libres. Jamás habríamos podido resentir tan profundamente este estado paradójico del cual nos habla San Pablo. Todas las posibilidades abiertas en el momento donde todo parece imposible. ¿Qué duración abriremos, cuando la oposición al Imperio pueda reducirse rápidamente al campo de las herejías contra una nueva Iglesia universal? Mientras el mundo entero está en espera, la alegría y el malestar que los puntos suspensivos nos provocan, cesan de ser contradictorias.
No es contradictorio tampoco que el punto de no-retorno sobre el cual nos encontramos, sea también un punto de retorno. La elasticidad de este tiempo es finita, y la contracción confronta el fin y el comienzo. Dejamos la ciudad pues el éxodo es ahora un revenir. Fin y comienzo están un poco por todas partes. Es en este sentido que es necesario declinar nuestro tiempo espacialmente. La gran bifurcación no puede sustituir los umbrales múltiples que puedan separarse y reunirse. Henos aquí frente a un nuevo caos cósmico. Cuántas líneas de intersección de deseo. Nuevas lenguas, nuevas palabras, sin traducción posible.
Desde el lago, algunos confinadores
Publicado inicialmente en francés en https://lundi.am/Annonce-du-bordel-cosmique
Traducción de Gustavo Celedón
[1] Casi nadie se volverá a ilusionar frente a esta broma que constituye la idea misma de paréntesis, el desconfinamiento que promete estar en perfecta continuidad con «la experiencia» del confinamiento.