Profecías en tiempos de confinamiento

 

Aureliano Camacho Bonilla

Antropólogo, Universidad Nacional de Colombia

Phd Urbanismo y Ordenamiento del territorio, Paris Nanterre

El enemigo invisible, el engendro del demonio dirían los cristianos y evangélicos fervorosos, o el SARS-CoV 2 según la estructura molecular hallada por los científicos, emergió en un mercado de murciélagos y de pangolines, en países donde la sopa de estos animales es considerada un manjar, y además tiene cualidades medicinales. ¡Qué asco, chinos cochinos! Diría cualquier presidente racista y loco de este lado del mundo.

La cuestión es que la amenaza del virus ha aceitado la maquinaria profética, ha estimulado vaticinios de las comisiones de expertos de cada país, los intelectuales de las corporaciones universitarias han escrito libros, artículos, y sobre todo han hecho videos para citar a Foucault, Byung-Chul Han y Slavoj Žižek. Tremendo banquete, una sopa de conocimiento con alas, patitas y ojos de murciélago, bien caliente y con papa señor Mesero, hasta mi abuela se atrevió a lanzar cavilaciones y lo resumió todo con una frase: “Nos quieren joder”. Calma abuela.

La pandemia ha revelado que todos somos expertos, sabemos de bioestadística y modelos epidemiológicos, citamos cifras exactas de los muertos en Rusia y Uzbekistán, hablamos de porcentajes de contagio y de protocolos de bioseguridad, mientras que usamos los tapabocas o mascarillas, objeto por excelencia de la falsa seguridad y del marketing comercial. ¿Los han visto? Diseños, colores, innovación, yo hasta compré tres.

Entre tanto perito y especialista pandémico, encontramos los medioambientalistas, que anhelan un gran bosque urbano donde los separadores y las aceras o veredas sean pobladas por fauna silvestre, los humedales y cuerpos de agua revivan, el tejido ecosistémico se fortalezca, y una mañana saludemos a un venado mientras tomamos el desayuno, por favor, no olviden ni discriminen a los murciélagos, ellos también tienen derecho, no faltaba más dirían los animalistas.

Pero claro, no olvidemos que el freno planetario de las actividades de la especie humana ha disminuido las emisiones de CO2, se respira un aire más limpio en las ciudades y menos ruido, pero hasta cuando seguirá de pláceme la biodiversidad y la evolución natural que pareciera recuperar las barreras impuestas por la voraz humanidad. Amanecerá y veremos.

De los profetas ambientalistas podemos pasar a los gurús de las dictaduras financieras. Los economistas de la London School of Economics o de otras universidades prestigiosas, que suelen ser ministros de Hacienda, en tiempos pandémicos han presagiado con datos y tecnicismos, como suelen hacerlo, que el escenario de crecimiento y la contracción económica será de 2% a -5,3% para la región corrupta y pobre de América Latina.

Se pronostica también, según los organismos “internacionales” al servicio de unos pocos, que habrá un fuerte aumento del desempleo con efectos negativos en la pobreza y la desigualdad. En otras palabras, si América Latina apenas sobrevive, en la post pandemia quedaremos moribundos. Tal parece que seguiremos escuchando desde el río Grande hasta la Patagonia, que América Latina es resiliente (palabra tan odiosa y ultrajada), que seguirá adelante a pesar de todo, y sus gobiernos exhibirán ese patriotismo melodramático que nos caracteriza, porque finalmente, como dijo el cantautor chileno Jorge González, “Latinoamérica es un pueblo al sur de E.E.U.U”.

Si seguimos refiriéndonos a los clarividentes de la calamidad epidémica, no podemos dejar de evocar a los humanistas utópicos que aspiran después del Covid a transformaciones radicales de la sociedad, menos desigualdades y una nueva etapa que derrote al capitalismo como orden económico y político mundial. Algunos de los sociólogos y filósofos de la post pandemia se siguen embalsamando en los discursos marxistas, y son fieles a creer que asistiremos al triunfo del obrero y del pueblo sobre el libre mercado. Amanecerá y veremos volvió a decir mi abuela.

De este fárrago de voces inevitable en la sociedad hiperconectada como afirma Byung-Chul Han (la nueva vedette de la filosofía contemporánea), es imposible escapar. Por el celular, correo y Facebook, nos bombardean las máquinas mediáticas que emiten el miedo al contagio, el miedo al otro, mientras tanto por cada día de cuarentena los dueños de la red, los Jeff Bezos, siguen acrecentando sus fortunas que van a parar a islas paradisíacas donde sí se vive la utopía del despilfarro.

 “Quédate en casa”, “nos seguimos moviendo frente al Covid”, “se responsable”, “protégete” y otras tantas frases que hacen parte de la retórica inédita cimentada por el Covid. Este nuevo lenguaje se conjuga con la exigencia de la sociedad de rendimiento, desde el primer café de la mañana no podemos perder tiempo. Marcar tarjeta desde la casa y conectarse para entrar al teletrabajo, ser sobreexplotado (esclavitud digital), y si queda tiempo hacer una rutina de ejercicio dictada por el experto entrenador de abdominales y cardio en youtube. La sociedad del coaching en plena pandemia, para que entrenemos nuestra vida y encontremos nuestro máximo desarrollo personal.

A los adalides del culto al cuerpo se suma el atiborramiento de la oferta de talleres y conferencias que debemos aprovechar, sin olvidar los cursos de cocina y gastronomía del mundo. Eso sí, nada de sopa de murciélago y solo productos bien desinfectados, siguiendo los protocolos de seguridad.

En todo caso, todo puede parar, pero no debemos dejar de consumir, “la oferta está en tus manos”. El primer día de reactivación del comercio en Francia (11 de mayo), los ciudadanos galos se volcaron a los almacenes Zara a comprar ropa confeccionada por niños vietnamitas en miserables barcos chinos, saciando sus impulsos de consumidores depresivos del primer mundo.

¡Nada cambiará dice la abuela!

Si asistimos a la era de la esclavitud digital y el excesivo consumo, también los privilegiados de la cuarentena hemos visto con horror imágenes de hambre, pobreza y desigualdad. En Colombia, los trapos rojos cuelgan de las ventanas de las periferias de las ciudades donde los parias urbanos claman alimentos, y en la noche escuchamos los millones de millones que se roba la otra epidemia, la de la mayoría de los países en vías de desarrollo: la clase política de siempre y su depravada corrupción.

No creo que haya habido tiempos y mundos mejores, hace rato lo tengo claro, las tiranías se han disfrazado con máscaras seductoras y banquetes llenos de oratoria, vinos y especias, mientras que debajo de la mesa se encuentran los explotados, los que no están invitados; así ha sido y así es, solo que el virus ha puesto de manifiesto y nos ha recordado que hay una peste negra, al parecer inmune históricamente, y que tiene diversos trajes según la región o el país, pero que finalmente ordena, controla y orienta el mundo.

Seguiré yendo donde mi abuela a tomar sopa, siguiendo los protocolos, sopa no de Wuhan, sopa Made in Colombia, con productos locales y frescos, al menos mientras nos dejan alguito que comer los virus que gobiernan este país.

 

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