El mercado del acontecimiento
Gustavo Celedón Bórquez
Universidad de Valparaíso
Un acontecimiento no es objetivable. Debiese complicar verdaderamente a un lenguaje, a una teoría, a un saber disponible, es decir, a todos los mecanismos que enfocan las cosas a través de modos específicos y negociados con el fin de hacerlas observables. De ahí que resulte inmediatamente fastidiable esa pulsión que hoy busca crear un acontecimiento-objetivo, como si lo que ocurre actualmente fuese el momento de la experiencia en un método científico, el evento que vendría a demostrar lo que se venía diciendo y pensando desde hace un tiempo. El método científico es teleológico y se ha comido incluso la rítmica y el imaginario de la historia, con h y con H.
Lo fastidiable es justamente eso: considerar que estamos en un tiempo de demostración, de de-velamiento, de aparición de lo verificable, con toda la carga ético-moral que se dispara por todos lados a través de frases lindas y frases feas en redes sociales.
En tanto demostración, se abren dos flancos que en apariencia son opuestos, pero responden a un mismo impulso, aunque con velocidades diferentes. Por un lado, el positivismo precoz capaz de bosquejar pasado, presente y futuro en cosa de segundos. Por otro, la fenomenología y la suspensión del juicio para esperar que el develamiento se complete de manera íntegra y poder así, en la madurez de la conciencia, hablar. Entre estos dos tiempos, una hiper-producción de objetividades que no tendrá fin.
Hay sin duda textos buenos, ideas y observaciones sensatas, importantes, momentos lúcidos, descripciones certeras que, no obstante, se las lleva un caudal algo extraño a reconocer aún, pero que tiene que ver con las formas de aparición y visibilidad que impone la tecnología digital, cuya incumbencia se estira sin parar, hasta nuestros sueños.
El punto es que si el mundo público continúa objetivando y diciendo lo que pasa, jerarquizando las palabras, cuantificando la opinión, multiplicando los eventos y las pantallas, haciendo concursar las teorías y sometiéndolas a una autogestión publicitaria, lo que desde hace un tiempo, por otra parte, comienza a llamarse “investigación”, habría que pensar en cómo romper todo esto. Cómo romper, en verdad, el gesto que se dirige a una realidad objetiva que debe ser distribuida, canjeada, monetizada.
Dicho de otra manera: si se nos dice que el futuro es el gobierno de las grandes transnacionales tecnológicas, junto a su política de hiper-vigilancia; si se nos dice que se acaba la humanidad y pasamos a otra era; si se nos dice, por el contrario, que se acaba el capital o que entramos en una nueva guerra fría o en el triunfo de la economía asiática… será cuestión entonces de ver qué hacemos y cómo pensamos con tales proyecciones.
Ninguna de las sentencias o tesis, grandes y pequeñas, tiene el poder de cubrir la totalidad de la experiencia. Si miramos el nivel de discordancia entre ellas, deducimos más bien que no todo está decidido y que el juego de la escritura pública impone hoy la idea de algo grande que se está decidiendo, de manera subjetiva u objetiva, por sobre las potencias de la gente común. Es decir: por mucho que las tesis difieran y vayan de un lado a otro, lo que parece ser el factor común es la idea de un poder en juego que está absolutamente separado del mundo ordinario y cuyas depresiones, cuyos caprichos, locuras, vaivenes, crisis, son comunicadas a los débiles mortales a través de almas predilectas. Es la vieja idea griega del Olimpo, mismo cuento de siempre. Solo que ahora a través de las plataformas, que ya motivan la creatividad a corto plazo y entusiasman el deseo activo de las nuevas generaciones de políticos/as y sabias/os.
Pero este deseo se deja arrastrar por un paradigma de totalidad, de reposo, de normalidad.
Pensémoslo inversamente: una revuelta social en Chile, conectada a varios movimientos hermanos en todo el planeta, nos venía enseñando que la gente, que el pueblo, es capaz de establecer redes solidarias y comprender las cosas por sí mismo, sentirlas e inventarlas a través de ese sentir. Todas las tesis que nos imponen la necesidad del poder, el poder según la necesidad, apagan esta mecha. Vuelven a imponer el esquema de la verdad comunicada y la ignorancia del pueblo cuando, muy por el contrario, recomponiendo el valor del acontecimiento y la experiencia, hay que continuar con el trabajo de un pueblo múltiple capaz de absorber y transformar las informaciones en saberes para una relación decidida, digna e inteligente con su propia experiencia.
Solidaridad es en efecto una de las palabras que ha aparecido estos últimos días. Mucho más allá de ser un fenómeno observable, sería interesante ver cómo la solidaridad se entromete en todos los quehaceres activos y pasivos. Por ejemplo, concebir una filosofía capaz de levantar pensamientos que se tejen solidariamente, sacar los escritos del vértigo de la hiperproducción para encadenarlos en cadenas solidarias de creación de pensamiento.
Esto último es, sin embargo, difícil que ocurra. Solo se podrá gestar como un espacio múltiple que debe inteligentemente garantizar su existencia y sus tiempos, siempre en contra y lejos del egoísmo y las fuerzas auto-reproductivas de las ideas y las personalidades de la intelectualidad oficial —y de la intelectualidad que espera su turno para entrar. Después de todo, piensan muchos sin decirlo, la economía debe continuar, la inversión proseguir, la minería del acontecimiento jamás parar. Las teorías que, tratando de explicar lo que pasa terminan explicándose a sí mismas, imponiéndose como respuestas descriptivas y proyectivas de la realidad, terminan atrapadas en la moneda. No sólo por su capacidad para producir dinero a través de todos los mecanismos que ha provisto el mercado académico, sino porque ellas mismas se han transformado en moneda, en materia de cambio, en divisas cuyo principio de valor no viene dado por la impronta de la sabiduría que portan, sino por la adscripción al juego económico que se basa en el suspenso de un acontecimiento objetivable y re-objetivable que les permite moverse, intercambiarse, reproducirse en atención a indicadores variados que dictan el valor adquirido día a día. Es decir, crecimiento.
Es interesante, pues es quizás el mundo de los conocimientos uno de los lugares donde tranquilamente sobrevive hoy la idealidad del mercado. Y no sólo sobrevive, sino que experimenta sobre su propia lógica. La digitalización de la universidad, inevitable, lleva esto en el núcleo de su estrategia. Agamben exagera, qué duda hay. Pero es lamentable ver el entusiasmo de colegas que comparten con fascinación sus propias críticas en cuanto formato de pantalla encuentren o les impongan, sin abrirse a ningún tipo de reflexión e incluso fustigando a quienes lo hacen o proponen hacerlo.