Animalismo

Álvaro Rodríguez Luévano

UCSJ – Universidad del Claustro de Sor Juana

 

Cuando la especie humana se altera hasta encontrar su propia bestia, el animal que lleva dentro, su caníbal, caníbal (Caraibe) / (Caribe) / los caribes, los americanos en plena etapa inaugural de un fascismo programado reza Giorgio Agamben en el Requiem per gli studenti[1] publicado en el Instituto italiano para los estudios filosóficos sobre los peligros de los cursos on line ante la parálisis inminente y el distanciamiento físico que impuso la actual pandemia, y su escéptica manera de prever un desfallecimiento del encuentro social, de la despresurización de la con-frontación entre pares, de un terrible advenimiento del encierro, del telecontrol, de los suitches de voz y de silencio en los dispositivos de comunicación, del desvanecimiento en glitch del rostro y de las impostaciones de los fondos virtuales para cubrir el interior de nuestra miseria. En este marco de Quattrocento devenimos virus contra nosotros mismos.

En los primeros capítulos de Anormales, Michel Foucault ya describía cómo el pensamiento moderno europeo, propiamente el mundo cristiano dividió no arbitrariamente sino razonadamente su teología de los reinos, el reino de los hombres y sólo ellos y el reino de los animales. Toda derivación en una desviación, deformación o alteración al orden morfológico humano pasaba por lo tanto al ámbito de lo abyecto y lo monstruoso. En esta anormalidad el cuerpo, roto, desviado o trastocado acariciaba los linderos de lo inhumano:

 “Desde la edad media hasta el siglo XVIII que nos ocupa es esencialmente la mezcla. La mezcla de dos reinos, reino animal y reino humano: el hombre con cabeza de buey, el hombre con patas de pájaro-monstruos-. Es la mixtura de dos especies, la mezcla de dos especies: el cerdo que tiene cabeza de carnero es un monstruo. Es la mixtura de dos individuos: el que tiene dos cabezas y un cuerpo, el que tiene dos cuerpos y una cabeza, es un monstruo. Es la mixtura de dos sexos, quien es a la vez hombre y mujer es un monstruo. Es la mixtura de vida y muerte: el feto que nace con una morfología que no puede vivir, pero que no obstante logra subsistir durante algunos minutos o algunos días, es un monstruo. Por último es una mixtura de formas, quien no tiene brazos ni piernas, como una serpiente, es un monstruo. Transgresión, por consiguiente, de los límites naturales transgresión de las clasificaciones, transgresión del marco, transgresión de la ley como marco: en la monstruosidad en efecto se trata realmente de eso”[2].

Se trata de la simbiosis, la mezcla, la cercanía, la transgresión que viene del contacto, de la zoofilia, del sexo entre especies, del acto copular y seminal entre especies, del asesinato, del sacrificio entre especies, de la deglución y el canibalismo, de la digestión entre especies que es una gestación de un monstruo, de un lobo[3].

 El cuerpo o la cuerpa toma el centro de la impronta, del evento de una ufanación mayor, aquella que fue capaz de detener después de 5 siglos la maquinaria del capitalismo. ¿Pero es que el virus logró detenerla por completo? o ¿el virus forma parte de la máquina?, unos piensan que sí, otros piensan que no necesariamente, que el virus, o sea ese ente monstruoso salido de la simbiosis interespecies, del amor zoonótico entre humanos y murciélagos, del deseo entre humanos y serpientes, del delirio anfibio entre humanos y cocodrillos, humanos y felinos, humanos y monos, humanos y aves ha devenido un conector bacteriano que cumplió una venganza del reino animal, una pausa del antropoceno y el capitaloceno. Un vastago que se creyó extinguido por los antibióticos y las vacunas de tercera generación pero que en realidad funda nuevamente su presencia en los sistemas cardiovasculares. Los sistemas vascularis, de los vasos de sangre, la linfa de savia y látex, aquellos que han sido controlados por la hiperproducción de azúcares en los países industrializados, por las grasas sintéticas, por los fármacos antivirales, por los lobbys transnacionales que dominan las cuerpas y los cuerpos para el trabajo, ahora teletrabajo diría Giorgio. Este monstruo, el rey coronado del mundo bacteriano, en aprovechamiento de esta simbiosis mítica de centauros y cíclopes, de dioses y esfinges, cuerpos de león y alas de aves, seres de maledicencia, quimeras y mandrágoras de la ruina.

 Aquí sólo los ajolotes hablan con los humanos, con los mexicanos, que no son humanos, ni son salamandras, son seres intermedios de la transmutación como lo especuló Julio Cortázar yendo al Jardin de Plantes en París y los ha referido Roger Bartra en su Jaula de la melancolía[4]. Ser de ojos de oro y obsidiana, que como el catoblepas de Borges salido de su manual de zoología fantástica[5] con tan sólo mirarlo a los ojos traduce y explica toda su capacidad para entrar en contacto con él mediante la mirada o donde Medusa convertía en piedra aquello que alcanzaba a mirar, sólo hay que mirar al axólotl a los ojos para caer en ese estado de perplejidad infinita, en el contagio de la saudade, en la abolición del espacio y el tiempo. Esta manera de establecer el espejo zoonótico es una forma de comensalidad, una manera de devorar por los ojos, “un canibalismo de oro”[6].

 Devenir animal en palabras de Deleuze y Guattari es devenir un cuerpo sin órganos, una facultad abierta y bestial del cuerpo, un vestido, una piel, el sadomasoquismo que al abrir el cuerpo por la piel, lo insufla de sufrimiento y deseo, un sufrimiento que es el medio para construir un cuerpo sin órganos, colmado de placer sagrado y corporal. Devenir animal es devenir caballo. “El amo nunca se acerca a su caballo sin su tusta, y hará uso de ella cada vez”[7]. El pudor y la técnica se vuelven mecanismos más sofisticados de la interacción zoonótica, no sólo es comer por comer, no es tragar y defecar[8], es establecer la venganza especular, desarrollar los debidos rituales de paso y establecer la soberanía corporal. La transgresión de los reinos es consagrada por los humanos, el pensamiento occidental dejó por mucho tiempo fuera del campo racional a las especies animales y vegetales. Aquí Derrida cita el Malestar en la Cultura de Freud para entender este desentendimiento, esta confusa creencia:

 “¿Por qué esos seres, los animales, que están emparentados con nosotros no ofrecen el espectáculo de una lucha semejante por la cultura? !Desgraciadamente no lo sabemos! Algunos de ellos, las abejas, las hormigas, las termitas, es indudable que han luchado durante milenios hasta haber encontrado esas instituciones estatales, ese reparto de funciones, esa restricción de las individualidades que admiramos en ellos. Es característico de nuestro estado actual que , de escuchar nuestro sentido íntimo, no estimaríamos ser felices en ninguno de esos Estados animales ni en ninguno de los papeles impartidos entre ellos al individuo. En otras especies animales, es posible que se haya llegado a un equilibrio temporal entre las influencias del mundo circundante y las pulsiones que se combaten entre esas especies, y de ahí a una detención del desarrollo. En el hombre originario, es posible que un nuevo ascenso de la líbido haya avivado una rebelión renovada de la pulsión de destrucción”[9].

 Flusser y Bec se adelantan en la figuración del Vampyroteuthis Infernalis [10], un téutido carnívoro, que tiene varios penes para expandir sus placeres, un carnívoro, molusco, octopodiforme de la familia de los vampyroteuthiade y de la especie V. Infernalis, un calamar que sólo cobra semejanza con el diablo. Fornicar con un octopus como en las xilografías Shunga de Katsushika Hokusai: El sueño de la esposa del pescador-Tako to ama, La ama y el pulpo [11] o como en la película La región salvaje [12] de Amat Escalante, nos muestra que pese al enorme distanciamiento que mantuvo la cultura civilizatoria con la biología, el virus producto de una colisión inter-especies ha puesto de manifiesto no sólo el asedio libidinal y carnívoro por lo animal, sino que la transgresión zoonótica sería la respuesta provisional a la transfiguración animalista que nos ha regalado este retiro temporal del terreno planetario; de un inminente devenir animal a un evidente devenir viral a un rizoma por contagio:

“Nosotros oponemos la epidemia a la filiación, el contagio a la herencia, el poblamiento por contagio a la reproducción sexuada, a la producción sexual. Las bandas humanas y animales, proliferan con los contagios, las epidemias, los campos de batalla y las catástrofes. Ocurre como los híbridos, estériles, nacidos de una unión sexual que no se reproducirá, que vuelve a comenzar cada vez, ganando siempre la misma cantidad de terreno. Las participaciones, las bodas contra natura, son la verdadera naturaleza que atraviesa reinos. La propagación por epidemia, por contagio, no tiene nada que ver con la filiación por herencia, incluso si los dos temas se mezclan y tienen necesidad uno de otro. El vampiro no filia, contagia. La diferencia es que el contagio, la epidemia, pone en juego términos completamente heterogéneos: por ejemplo, un hombre, un animal y una bacteria, un virus, una molécula, un microorganismo. O, como en el caso de la trufa, un árbol, una mosca y un cerdo. Combinaciones que no son ni genéticas ni estructurales, inter-reinos, participaciones contra natura, así es como procede la Naturaleza, contra sí misma”[13].

Lo anterior fue dicho por Deleuze y Guattari en 1988, los campos de observación se han expandido, el mercado epidemiológico toma el mando de lo inimaginable, las muertes por el virus Covid-19 no son sólo abrumadoras sino tangibles por su letalidad. El inevitable curso del contagio además es exponencial en una era conectada por cielo, mar y tierra. El contagio humano se disemina más rápido que las las mutaciones virales. El secreto de otros contagios por venir le pertenecen a los inter-reinos y a otras especies que determinarán la existencia de nuestra interacción.

 

[1]    Giorgio Agamben, “Requiem per gli studenti”, s/f. URL : https://www.iisf.it/index.php/attivita/pubblicazioni-e-archivi/diario-della-crisi/giorgio-agamben-requiem-per-gli-studenti.html?fbclid=IwAR1bH-d311Po64IDP0E9gyG3mAauo3Aj6RrdGHxyvyxFjjuKMyPaqrOAhZI. Fecha de consulta el 27 de mayo de 2020.

[2]    Michel Foucault, Los anormales. Curso en el College de France (1974–1975), traducido por Horacio Pons, 2a ed., México : Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 68.

[3]    Jacques Derrida, “Seminario la bestia y el soberano, vol. II:(2002-2003)”, Buenos Aires, Manantial, 2011.

[4]    Roger Bartra, La jaula de la melancolía: identidad y metamorfosis del mexicano, México : Grijalbo, 1987.

[5]    Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, Manual de zoología fantástica, México : Fondo de Cultura Económica, 1957 (Breviarios), p. 49.

[6]    Axolotl en Julio Cortázar, Final de Juego, Buenos Aires : Editorial Sudamericana, 1966.

[7]    En Capítulos: 6 “¿Cómo hacerse un cuerpo sin órganos?” Gilles Deleuze y Pierre Felix Guattari, Mil mesetas, Capitalismo y esquizofrenia, traducido por José Vázquez Pérez, 6a ed., Valencia : Pre-textos, 2004, p. 161.

[8]    Alfredo López Austin y Francisco Toledo, Una vieja historia de la mierda, México : Ediciones Toledo, 1988.

[9]    S. Freud: Civilisation and its Discontents [1930], trad. del inglés de Standard Edition, vol. XXI, J. Strachey et al. (eds.), Londres, Hogarth Press/ Institute of Psycho-Analysis, Nueva York, Cape and Smith, 1961, cap. VII, p. 123 (n. de e. fr.); Le Malaise dans la culture, op. cit., cap. VII, pp. 309-310 [trad. cast., «El malestar en la cultura», op. cit., vol. XXI, cap. VII, p. 119]. en Derrida, op. cit. (nota 3), p. 53.

[10]  Vilém Flusser y Louis Bec, Vampyroteuthis Infernalis. A Treatise, with a Report by the Institut Scientifique de Recherche Paranaturaliste, traducido por Valentine A. Pakis, Minneapolis : Univ Of Minnesota Press, 2012 (Posthumanities, 23).

[11]  Álvaro Rodríguez Luévano, “Shunga”, Dixit, el 4 de diciembre de 2019. URL : https://dixit.mx/shunga/. Fecha de consulta el 27 de mayo de 2020.

[12]  “Dixit Radio – Entrevista a Amat Escalante”, Dixit, el 1 de diciembre de 2019. URL : https://dixit.mx/dixit-radio-entrevista-a-amat-escalante/. Fecha de consulta el 28 de mayo de 2020.

[13]  Deleuze y Guattari, op. cit. (nota 7), p. 247–248.

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